Hop

¡Bienvenidos cazamundos!,
Os presento el relato que presenté a mi profesora para poder participar en el Concurso 58. ª de jóvenes talentos , y que me gustaría que leyerais. Es un relato muy especial para mí.


¡Espero que os guste esta presa!





HOP



Sus manos tocaron su dulce capa y se dispusieron a abrirla, entonces su aroma se enredó de sensaciones y su nariz ansió poder oler más aquel libro. El libro del cual su padre describía, a todo aquel que pudiese leerlo, el idioma de lo más puro del universo, los árboles; pero no unos simples árboles, si no que los árboles más sabios.
“Seguro que en este momento yo ya estaré muerto, pero eso no importa, porque este libro me revive y me permite comunicarme con cualquiera que siga mis pasos” – decían las primeras palabras del libro.
Eso era lo que quería, quería ser como su padre, a su manera, pero como él.
Seguiré tus pasos, papá, pero yo no dejaré que me asesinen. Y así, el día que te encuentre en el más allá, podré contarte, y estarás orgulloso, de cómo continué la historia de tu vida. – pensó Henri.
-          ¡Toc, toc, toc, toc! – Sonó desde la puerta y de ella automáticamente salió una mujer tan rabiosa que parecía el monstruo de las nieves.
Esa mujer era su madrastra, de quién él siempre había sospechado de asesinato.
Entró, lo maldijo con la mirada y le arrancó el libro de las manos.
-          ¡Eso es mío! – dijo él.
-          Pues ya no – le respondió con una serenidad que hizo a Henri exprimirse el cerebro para entender el porqué.
-          ¡Sí, sí que lo es!
-          ¿A sí? – le miró con los ojos chispeando, los cuales mostraban su maldad más profunda. Henri tenía una magnífica cualidad de predecir las cosas que iban a pasar, y sí, en ese momento también lo hizo, por lo tanto ya comenzó a pensar en la solución a lo que iba a pasar. - Sabes, como ya te recordé hace un tiempo, no se ha encontrado ningún testamento en del cual, tú, mi pequeña rata, no sales ni en la más pequeña letra.
Sin duda, y como era de prever, Henri estaba convencido que había sido ella, la que había quemado los testamentos en los cuales salía él. O que los había modificado al menos.
Como respuesta, Henri le mandó una sonrisa engañosa. Un mensaje del cual él se había inventado con su conejito, el lenguaje de los animales – así es como ellos lo llamaban -. A pesar de estar seguro que no funcionaba tan bien como el de los árboles, sin duda funcionaba, al menos para hacerle bromas a su madrastra. Así que con esa sonrisa su pequeño conejito, nombrado Hop, se subió a la pierna de la señora y le mordió el muslo.
– ¡Uy!, parece que tienes una rata, que pena, pensaba que te comerían cuando estuvieses muerta. Pero vaya, parece que están ansiosas por probarte. ¡Mira, allí va otra! – dijo Henri, un tanto divertido y contento de haber echado de su habitación, y sin el libro, a su odiosa madrastra.
Sin embargo, una broma fácil, pero muy efectiva. Cogió a su conejito, lo alzó entre sus manos, le dio un abrazo efectivo, pero suave y cuidadoso para no hacerle daño. Y entonces volvió a alzarlo y sus orejitas señalaron el reloj de pared, el cual en vez de números tenía letras: I, L, E, A, S…
Antes, cuando leía las letras se hacía un lío, y se basaba en la dirección de la aguja para saber la hora. Pero esta vez sí se fijó en las letras, ¿y si tenía algún significado?, ¿Y si ese significado le llevaría a liberarse de esa prisión? No, liberarse de esa prisión no tenía nada que ver, sin embargo en ese mismo momento se dio cuenta de que ese sería su primer paso hacia el idioma de los árboles.
Súbitamente sintió la presencia de su madrastra, la cual se disponía, otra vez, a subir las largas y cansinas escaleras que siempre agotaban aún más la paciencia de ella y que él raramente había experimentado.
¡Pensaba que tendría más tiempo! – Se dijo a él mismo. Cogió a su conejito, el libro de su padre y el reloj misterioso que le ayudaría más adelante. Se dio prisa y salió rápidamente de esa habitación.
-          ¡É tú, que haces allí!, ¡Ven aquí ahora mismo microbio! –  se dispuso a hacer uno de sus gestos favoritos: coger la zapatilla, ¡Ja! Pero no una zapatilla normal. Esa zapatilla estaba especializada para pegar azotes a Henri, sólo para Henri.
Henri, que era muy travieso cuando quería, se cogió de una cortina que bajaba hasta el suelo de la mansión, puso su libro y el reloj bajo su brazo derecho, ayudó a Hop a subirse en su hombro. Entonces, sosteniéndose por el brazo izquierdo, se tiró hacia el suelo de la entrada.
Esperaba que funcionase, pero…  Una nube de sensaciones horrorosas enredaron su corazón y poco antes de aterrizar en el suelo Henri se desmayó. Fuera de él, su conejito estaba fuera de control, revoloteaba por todas partes y lamía la cara a Henri, ¡Incluso le parecía que estaba vivo!
El sonido de una puerta alcanzó el sueño perdido de Henri y sus ojos pudieron decir “hola” por fin. Entró su madrastra, cantando “un rayo de sol” de los diablos, Apartó su conejo de la cama y se sentó ella en su sitio. Pero a Hop no le gustó mucho esa idea, así que se volvió a subirse en la cama y se enredó en el pelo de Henri, su mejor colchón.
-          Pero… - Consiguió decir él.
-          Era sólo una pesadilla – respondió ella, puede que sí, que fuese sólo una pesadilla. Pero su padre había muerto ahogado por causas extrañas la semana pasada, el idioma de los árboles que especulaba el libro del sueño siempre lo había contado su padre como leyenda, y el reloj misterioso existía, pero estaba colgado en la pared de la cocina.
Había otra diferencia que destacaba por encima de todo: la maldad de su madrastra parecía haber quedado grabada hasta en la realidad. Y ahora no dejaba de ver más que mentiras en sus ojos.
-          Venga, descansa un poco más cariño, que pareces cansado. – le dijo, añadiendo en su acto un beso en la frente.
-          ¡No! ¡Eso es mentira! – le respondió Henri con una incerteza profunda por decir eso. Hasta ese sueño su madrastra se había mantenido distante de sentimientos, sobretodo de deprecio hacia él. - ¡Seguro que ese sueño tiene, o tendrá algo que ver con mi vida! ¡Estoy convencido!
Ella meneó la cabeza diciendo que no, había adoptado una postura de preocupación, pero decidió dejar a Henri sólo, con Hop. Éste ya estaba otra vez en su hombro, pero aún cerca de su pelo.
-          Lo es – le dijo su conejo, respondiéndole a su pregunta. Con una voz suave, convencida de sí misma y persuasiva.
El lenguaje que mantenía con su animal también existía en la realidad, pero en esta las palabras se añadían, y hacían un milagro de ese lenguaje, del cual pocos conocían.
Era muy difícil para los dos conseguir articular una palabra, fuese en el lenguaje que fuese, menos el propio. Muchos decían que el cuerpo no estaba dotado para hacer esas cosas. Pero ellos lo hacían, y estaban convencidos de que era por alguna razón que la vida les había preparado para ellos.
Todos tenemos una aventura para vivir, nuestra vida es nuestra propia historia.
¿Cómo te gustaría que la viesen sus lectores?


(si queréis compartir este relato no olvidéis mantener los derechos de autor)

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